Queridos compañeros:

Hoy es mi último día de labores en la Junta, y una mezcla de gozo, emoción e inevitable tristeza llena mi ser en estos momentos.

Quiero agradecerles por todo lo que compartimos: las oportunidades para reír; las conversaciones en las que conocimos  un poco más de nuestras vidas, y los retos de trabajo que juntos llevamos a buen puerto.

La Junta de Asistencia Privada es un lugar mágico, siempre estaré enamorada de ella. Durante más de 27 años fue mi fuente de ingresos, que me permitió ganar mi sustento, hacerme de mi casita, cursar mi licenciatura, y conocer a tantos compañeros de trabajo profesionales, comprometidos, responsables y, sobre todo, buenas, generosas, excelentes personas: todos ustedes lo son.

La esencia de la Junta es divina, en ella late el corazón de las IAP. Jamás olvidaré las experiencias, las enseñanzas de vida que tuve cuando visité instituciones en las que niños sin padres encontraron una ruta para lograr un futuro mejor; en las que personas mayores, en los últimos años de sus vidas pudieron darse por fin un tiempo a sí mismos, y maravillados descubrían el Internet, las notas musicales y las clases de inglés.

Guardo en mi memoria también, dolorosas imágenes de niños con discapacidades profundas, y junto a ellos unos ángeles terrenales cuidándolos, cambiando sus pañales, alimentándolos como si fueran bebés y aguantando, a veces, las agresiones de esas inocentes personitas.

Y cómo no bendecir a aquellos santos de las instituciones, hombres y mujeres que dejaron sus vidas a un lado para entregarse en cuerpo y alma a una obra asistencial; a quienes a pesar de sus reveses, o tal vez inspirados por ellos, fundaron instituciones. Benditos sean.

Estoy profundamente agradecida con Dios y con la vida por llegar a este cierre con broche de oro.

Gracias por tomarse el tiempo para leerme. Y recuérdenme (¡Ay! ya estoy como el Gansito Marinela, jaja).

Hasta pronto. Muchas bendiciones a ustedes y a sus familias, y mil gracias por todo. Los quiero mucho.

Araceli Zamudio Quezada